sábado, 8 de septiembre de 2012

El cráter del edén

Es sorprendente lo poco que se habla en los foros y blogs de viajes del lugar más espectacular del planeta: el cráter del Ngorongoro.
Acepto que nuestro mundo está lleno de rincones extraordinarios, muchos de ellos únicos por su paisaje, su gente o su cultura, pero lo que reúne el Área Protegida del Ngorongoro es verdaderamente singular.

Ngorongoro Conservation Area
El Ngorongoro es un viejo volcán, con un cráter inmenso, que se encuentra en el norte de Tanzania, junto al Serengeti (un lugar que, sin duda, merece un artículo aparte).
Para llegar hasta él, casi todos los visitantes parten desde Arusha, la capital turística de Tanzania, desde donde hay un largo viaje por carretera para los que no se deciden por la avioneta que aterriza (cuando la niebla lo permite, que es muy pocas veces) en la cresta del cráter, donde están los pocos hoteles (lodges) del Ngorongoro. También es posible viajar en avioneta hasta el Lago Manyara y hacer en coche la otra mitad del camino.

La subida hasta la cima del cráter es ya un espectáculo: una empinada carretera se retuerce cuesta arriba, rodeada de una intrincada selva de la que, de vez en cuando, surgen zebras, hienas o elefantes. Pero la verdadera sorpresa llega al coronar la subida. Desde el mirador que domina el interior del gran cráter se observa uno de los más inigualables paisajes que nadie haya podido nunca contemplar. Una enorme depresión, casi perfectamente circular, de unos veinte kilómetros de diámetro, se extiende ante nuestra vista. Sea cual sea la hora del día y la estación del año, el espectáculo que se nos ofrece ya no se nos borrará nunca de la mente.

Cualquiera de los cuatro (puede que ahora sean más) que cuelgan del borde del cráter tiene, como dicen los americanos, vistas que cortan la respiración. Desde luego, el más exclusivo de todos ellos es el Ngorongoro Crater Lodge. Vale la pena hacer un esfuerzo económico (notable, eso sí) para pasar allí, al menos una noche.

Ngorongoro Crater Lodge
Junto a las habitaciones, los búfalos, y muchos otros animales rondan sueltos, por lo que, desde luego, no es aconsejable salir de ellas durante las horas de oscuridad. Incluso, a pleno día, conviene hacerlo con precaución.
Las noches son frías. Muy frías. Estamos a más de dos mil metros de altitud y, en cuanto se quita el sol, los termómetros caen en picado.

Amanece en el cráter
A la mañana siguiente, aún entumecidos por el frío, viene lo mejor. 
Muy temprano se empieza el descenso, en un 4x4, hacia en interior del cráter. Tras cruzarnos con algunos maasai, únicos pobladores estables autorizados del área, llegaremos a nuestro destino. Y lo que vemos nos parece imposible: miles de animales salvajes de todo tipo, en total libertad, viven, crecen, cazan y mueren delante de nosotros, completamente ajenos a los visitantes que, poco a poco (y éste es el pequeño inconveniente) empiezan a aparecer en la planicie del fondo del cráter. Porque el espectáculo es tan impresionante, que nos gustaría disfrutarlo en soledad. Queremos que los leones, las zebras, los elefantes, los rinocerontes, los chacales, los hipopótamos, los flamencos, los búfalos... sean solo nuestros.
Creo que nunca nadie puede llegar a sentirse tan identificado con Adán y Eva como en la enorme llanura del cráter del Ngorongoro. Pasar allí abajo un día entero, rodeados por uno de los ecosistemas del planeta más protegidos por la naturaleza, es una experiencia que ningún viajero será capaz de olvidar en su vida.

Cuando, meses después, sentados en nuestro autobús cotidiano y rodeados de apresurados ciudadanos con corbata, vengan a nuestra  memoria las imágenes de aquel día, dudaremos de haberlo vivido, de que esa maravilla exista en pleno siglo XXI. Y, con el paso de los años, nos costará trabajo aceptar que el Ngorongoro comparta el mismo mundo que nuestras casas de ladrillo y hormigón, nuestros coches de chapa, plástico y monóxido de carbono... y nuestras torpes y patéticas ambiciones de habitantes del mal llamado mundo civilizado.
Solo nos queda esperar que nosotros, los que nos creemos superiores por pisar sobre asfalto y quemar petróleo a destajo, no acabaremos en pocos años con lo que la naturaleza tardó milenios en construir: el cráter del edén, el cráter del Ngorongoro.

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