martes, 16 de octubre de 2012

Giverny, el jardín de Monet

Hay tantas cosas que hacer en París que es fácil olvidarse de Giverny.
Y, sin embargo, pocos viajes tan cortos, como el que hay que emprender desde la capital francesa hasta este pequeño pueblo bañado por el Sena, consiguen un cambio tan notable en el espíritu de quien se decide a hacerlo.

Vernon
Giverny tiene un encanto muy especial. Por algo Claude Monet lo eligió para trasladar allí su residencia y pasar en ella la mitad de su vida. Fueron más de cuarenta años los que vivió en esta pequeña localidad de la Alta Normandía el gran genio impresionista. Allí murió y bajo su tierra reposan sus restos. 
No es posible comprender la obra de Monet sin haber visitado Giverny.

Apenas tiene quinientos habitantes esta minúscula localidad, vecina de la muy antigua y bella ciudad de Vernon, que también es imprescindible visitar en nuestro viaje.
Ambas están a unos ochenta kilómetros de París, por lo que son de fácil acceso por carretera, pero es mucho más interesante hacer el viaje en ferrocarril, tal como lo hiciera el propio Monet en 1883, cuando llegó por primera vez a Giverny.
Gare Saint-Lazare
Hay que subir al tren en la Gare Saint-Lazare de París y el trayecto dura unos tres cuartos de hora, siguiendo siempre el curso del Sena, con vistas a bonitos paisajes. Desde la estación de Vernon, que es donde nos debemos bajar, hay varios métodos para llegar hasta la casa y los jardines de Monet, pero el mejor de todos es a pie, cruzando el río y disfrutando de las magníficas panorámicas de la ciudad de Vernon.

Cuando nos acercamos, siguiendo la carretera, al viejo caserón del artista es probable que nos encontremos con un buen número de resignados visitantes (todavía potenciales) que guardan cola, pacientemente, a lo largo del muro exterior del edificio. Como es habitual en tantos otros lugares, estas compactas filas de aguerridos amantes del impresionismo son mucho más largas en los meses veraniegos. Pero debemos ser comprensivos, ya que el motivo de la espera (que luego agradeceremos) es evitar que los jardines se llenen de gente, lo que, sin duda, los afearía en grado sumo. Solo van dejando entrar nuevos visitantes a medida que otros van saliendo.

Nymphéas
Si el tiempo lo recomienda, habremos caído en la dulce tentación de los helados que un oportuno carrito ofrece en las cercanías de los que aguardan, ya que es difícil que nos hayamos aventurado a abandonar nuestro valioso turno para aproximarnos a la muy atractiva terraza ajardinada que, bajo el sugerente nombre de Les Nymphéas y frente a la entrada de la casa, nos brinda la posibilidad de tomar cualquier cosa que, con toda seguridad, se nos figura apetecible. Lo que sí haremos es jurarnos a nosotros mismos que no dejaremos de visitar tan estratégicamente situado local apenas salgamos de la mansión de Monet.

Se entra a los jardines a través de la casa, agradable de ver pero incapaz de contener nuestras ansias por llegar al exterior (que, en este caso, es "interior", ya que solo puede verse desde dentro, al estar perfectamente protegido de las indiscretas vistas de quienes se encuentran fuera de la propiedad).
Le Clos Normand
Los jardines son dos espacios bien diferenciados, tanto en el estilo como en el tiempo. El primero de ellos, el Clos Normand, fue desarrollado por el pintor a partir del original de la casa, en el que introdujo grandes modificaciones, eliminando árboles y llenándolo de flores por todas partes, en una brillante mezcla de orden y libertad para las plantas. Conserva el gran paseo central, del que fueron retirados los pinos y sobre el que colocó una serie de arcos de hierro por los que trepan los rosales. El impresionante colorido de los parterres,  con la gran casa al fondo, crea rincones de sorprendente belleza casi desde cualquier ángulo.
El segundo jardín es algo más nuevo. Está construido sobre un terreno que compró Monet al otro lado de la carretera y al que se accede por un paso subterráneo. Si bien el Clos Normand está diseñado a partir de un jardín existente, este otro es de absoluta creación del artista. Es el tantas veces retratado Jardín Acuático o Japonés, que en nada se asemeja a su hermano mayor. Una de sus grandes virtudes es parecer completamente natural, cuando es todo lo contrario. En él, Monet (al parecer, con gran oposición de sus vecinos) hizo excavar un estanque, aprovechando el agua del subafluente del Sena que lo atraviesa. El estanque no es otro que el celebérrimo Estanque de los Nenúfares
El Puente Japonés
Y sobre uno de sus recodos más especiales, colocó el Puente Japonés.

El placer de la visita es inmenso y, si tenemos la suerte de haber escogido un día soleado, no querremos terminarla nunca. 
Eso sí, al salir volveremos a encontrarnos con la acogedora terraza de Les Nymphéas y no dejaremos de aprovechar esta segunda oportunidad. Ya sea para una comida ligera o para tomar el té, es el cierre perfecto para la inmersión que acabamos de hacer en el universo de Monet.




Después, el paseo de regreso hacia Vernon y un recorrido por sus viejas calles y la orilla del Sena serán el feliz final de nuestro viaje de un día. 

Nenúfares en el Jardín Acuático
Es cierto que hay algún hotel en Giverny y, por supuesto, en Vernon, pero nunca he dormido allí (lo que no quiere decir que sea una opción a desdeñar) ya que el viaje a París es tan corto que lo haremos en un suspiro. 
Uno de los muchos que se nos escaparán recordando que, por unas horas, hemos formado parte de una de las maravillas del arte moderno: los jardines impresionistas de Claude Monet.

1 comentario:

  1. Dice Octave Mirbeau en un delicioso artículo sobre Monet : “… esta alma de elegido que se estremece ante todas las bellezas de la vida panteísta y este ojo milagroso que doma al sol, que llega hasta lo inexplorado y lo invisible para conquistar las formas no aprendidas y los nuevos verbos de luz. Y pienso que, ante tales obras que sugieren el espíritu, por el único placer de los ojos, y las más nobles, más altas, y más lejanas ideas, el crítico debe renunciar a sus secos y estériles análisis y que solo el poeta tiene el derecho de hablar y de cantar, pues Claude Monet, que, en sus composiciones no aporta preocupaciones literarias directas, es de todos los pintores, el que se dirige más directamente a los poetas…”
    Y los que te leemos no podemos estar más de acuerdo con esta afirmación.
    Gracias, Paco.

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