jueves, 13 de diciembre de 2012

Volverás a Sorrento

Qui dove il mare luccica/E tira forte il vento/Sulla vecchia terazza/Davanti al golfo di Surriento/Un uomo abbraccia una ragazza/Dopo che aveva pianto/Poi si sciarisce la voce/E ricomincia il canto...

Así comienza 'Caruso', una de las mejores canciones de Lucio Dalla, que en la versión de Pavarotti alcanza su máxima expresión lírica.
Quien ha visitado Sorrento y se ha asomado a una de esas viejas terrazas, con Nápoles al fondo y el Vesubio a su derecha, tiene que estar de acuerdo conmigo en que Dalla, Pavarotti y Caruso son el complemento perfecto de una de las más impresionantes vistas del Mediterráneo que podamos contemplar.

La costa de Sorrento
Y eso que la música y Sorrento son dos eternos compañeros. Si la del Grand Hotel Excelsior Vittoria es la terraza ideal para escuchar 'Caruso', la del Imperial Hotel Tramontano es la apropiada para disfrutar de la enorme composición de Ernesto de Curtis 'Torna a Surriento' (Sorrento, en napolitano). Dicen que fue en ella, precisamente, en la que compuso su célebre partitura.

Para llegar a Sorrento lo mejor es embarcar en el Molo Beverello de Nápoles y atravesar el golfo en poco más de media hora. El viaje merece la pena, ya que por la banda de babor tendremos extraordinarias vistas del Vesubio y, a medida que nos vamos acercando, nos dejaremos impresionar por los imponentes acantilados sobre los que alza la ciudad. Claro que también se puede ir en coche, bordeando la costa, en cuyo caso no deberíamos dejar de hacer una parada para visitar las ruinas de Pompeya.

Sulla vecchia terazza...
Sorrento es una agradable ciudad que nos sorprenderá por su orden y limpieza (sobre todo si venimos de la caótica Nápoles). Pese a su enorme atractivo turístico, cuenta con varias zonas residenciales elegantes y bien cuidadas, con bonitos jardines y suficientes áreas comerciales, bien integradas en un estilo de urbanismo clásico y mucho más actual de lo que suele esperar el visitante.
Con independencia de otros destinos próximos, que tanto atraen al viajero con su poderosa y justificada fuerza (Capri, Positano, Amalfi, Ravello...), la propia Sorrento y sus alrededores inmediatos bien merecen una reposada estancia.
Su gran atractivo es el mar, que desde sus enormes acantilados alcanza dimensiones colosales, pero también tiene pequeños rincones, menos grandiosos pero muy apetecibles. A mí me encanta la llamada Marina Grande (que, en realidad, es bastante reducida de tamaño... incluso creo que es más pequeña que la Marina Piccola), una playa tranquila y recogida, en la que no faltan algunas trattorias marineras y varios establecimientos balnearios de pacífica belleza. Mi favorito son los Bagni Delfino, con sus tumbonas sobre el pontón y su buen restaurante sobre el agua.

Marina Grande
La gastronomía sorrentina es buena por naturaleza. Como en casi toda la región de Campania. Es difícil resistirse a unos gnocchi alla sorrentina o a una parmigiana di melenzane.

Hoteles hay muchos. Dos de los mejores (caros, eso sí) ya los hemos mencionado (Grand Hotel Excelsior Vittoria e Imperial Hotel Tramontano), ambos con bonitos jardines, terrazas sobre los acantilados y habitaciones con vistas asombrosas.
Sin embargo, yo destaco, sobre todos ellos, a La Minervetta. Un hotel singular y extraordinario, colgado (literalmente) sobre la Marina Grande. Solo tiene unas pocas habitaciones, pero todas ellas diferentes y con enormes ventanales desde los que asistimos al espectáculo más descomunal de la tremenda cornisa sorrentina. El hotel es genial. Se accede a él desde el parking, que está sobre el techo. La recepción y los salones de la planta superior (que es la principal) tienen una decoración extraordinaria y muy especial, llena de piezas de artesanía, cerámica, libros y detalles originales, todos de un colorido deslumbrante. Al fondo, comunicada con los salones, se encuentra la cocina, donde todas las mañanas se preparan unos fantásticos desayunos que se sirven en la gran terraza sobre el mar, frente a la majestuosa silueta del Vesubio...
La cocina de La Minervetta

La vida en Sorrento es buena y amable, algo que pronto percibe quien pasea por sus calles y jardines. Toda la vertiente septentrional de su península está repleta de lugares acogedores, como Sant'Agnello o Piano de Sorrento, y su historia y tradición cultural son notables.
Aquí nació el gran poeta Torquato Tasso y muchas leyendas griegas o romanas aseguran que en sus costas habitaban las sirenas.
Bizantinos, normandos y aragoneses dejaron su huella en estas costas, contribuyendo a conformar el espíritu de una tierra que mira al mar y nos invita a volver, utilizando su belleza y la nostalgia que transmiten esos atardeceres desde sus terrazas, colgadas sobre los sueños, como reclamo infalible para que siempre queramos regresar a Sorrento.

La Minervetta
Entretanto, convertidos en nuevos carusos imaginarios, seguiremos empeñados en cantar, mientras nuestras lágrimas vuelan al viento sobre los acantilados, la melodía interminable que una sirena nos dejó en el alma.

...Te voglio bene assai/Ma tanto tanto bene sai/E' una catena ormai/E scioglie il sangue dint'e vene sai...


miércoles, 5 de diciembre de 2012

St. John, US Virgin Islands

Me gustaban los tiempos en los que se podía llegar volando a St. John desde Puerto Rico. Recuerdo bien aquel viejo y pequeño hidroavión que amerizaba frente a Cruz Bay, ya que la isla carece de aeropuerto.
Desde luego era mucho más eficaz y atractivo si, como es lo habitual, el viaje se iniciaba en San Juan de Puerto Rico, aunque hay que reconocer que la fragilidad de aquellas muy veteranas aeronaves exigía ciertas dosis de osadía a los arriesgados pasajeros.
Hoy es preciso volar a Charlotte Amalie, en St. Thomas, y hacer desde allí el recorrido por mar hasta St. John.

Virgin Islands National Park
Pero, en cualquier caso, habrá merecido la pena porque esta isla es, sin duda, una de las más bellas y bien conservadas del Caribe. Y lo es, sobre todo, porque poco ha cambiado su casi impoluta naturaleza desde que la descubriera Cristóbal Colón en su segundo viaje. Dos terceras partes de ella pertenecen al Virgin Islands National Park, circunstancia nada ajena a la casi perfecta armonía natural que nos ofrece, pese al elevado número de visitantes que recibe.

Cruz Bay, la puerta de entrada al paraíso de St. John, es la capital de la isla, si bien es cierto que sería muy inapropiado llamarla ciudad. Más bien es un conjunto de pequeñas casas diseminadas entre el puerto y las suaves colinas que lo rodean, en un paisaje enmarcado por la abundante vegetación que caracteriza a toda la isla. Simpáticos bares y restaurantes, algunas tiendas, galerías de arte y otros comercios, salpicados frente al minúsculo puerto,dan la bienvenida al afortunado visitante.

Desde aquí tomaremos uno de sus grandes y alegres taxis colectivos, el mejor método de transporte para moverse por St. John y nos trasladaremos a nuestro lugar de alojamiento. No hay muchos hoteles en la isla y, sin duda, el mejor es Caneel Bay.
Caneel Bay
Caneel Bay está situado en una pequeña península, muy cerca de Cruz Bay y rodeado por el Virgin Islands National Park. Tiene su propio servicio de ferry desde St. Thomas y también está conectado por mar con Cruz Bay. Sus habitaciones son excelentes, tranquilas y muy cómodas. Y, desde luego, no tienen teléfono, televisión ni aire acondicionado (sustituido con evidente ventaja por grandes ventiladores en el techo). Desde muchas de ellas se accede, directamente, a pequeñas playas privadas de aguas cálidas y transparentes, en las que nos sentiremos lejos de todo y cerca de nosotros mismos. Por las noches, el suave arrullo del mar será lo único que escucharemos.

Trunk Bay
Las playas de St. John son excepcionales, pero todos sabemos que su mayor y más conocida atracción es  Trunk Bay, considerada por muchos como la playa más bella del mundo. Y la verdad es que, lo sea o no, sus méritos para optar al título son, sin duda, abundantes. Pocas veces veremos arenas tan blancas, finas y limpias o aguas de un color turquesa tan intenso. El paisaje que la rodea acaba de completar el espectacular cuadro natural.
Hay otras playas dignas de ser disfrutadas, como Cinnamon Bay, Hawksnest Beach o Jumble Bay. Cualquiera de ellas nos parecerá única y maravillosa por muy exigentes que queramos ser al juzgar su inmaculada belleza.

Sir Francis Drake Channel
Son memorables los paseos por St. John y es curioso visitar los restos de sus viejas plantaciones de azúcar, como The Annaberg Sugar Plantation, que nos remonta a los tiempos de la primera colonia danesa, o los petroglifos de los indios arawak, visibles a lo largo del Reef Bay Trail, uno de los muchos e interesantes recorridos a pie que nos ofrece la isla.
Pero a mí lo que más me impresiona es la vista que nos brinda el llamado Sir Francis Drake Channel desde la costa este. Navegar a vela por esa obra maestra de la naturaleza, entre Tórtola y las pequeñas islas que lo protegen por el sur, es uno de los mayores placeres que un viajero (ya sea turista o pirata) puede experimentar en su vida.


St. John es, también, un lugar ideal para los amantes de la vida submarina, ya que sus aguas coralinas dan cobijo a multitud de especies y proporcionan una alternativa que rivaliza en atractivos a lo que podemos observar sobre la superficie. Su litoral es apto para todos los niveles, desde los más avanzados a los debutantes, quienes disfrutarán sin necesidad de apartarse muchos metros de la orilla.


Y, una vez aquí, en el corazón de las Islas Vírgenes Americanas, nos apetecerá continuar viaje para conocer St. Croix, Tórtola o Virgin Gorda (estas dos últimas ya en las Islas Vírgenes Británicas). Pero, si no tenemos tiempo para tanto, al menos habremos conocido la joya de las Once Mil Vírgenes, como las bautizó Colón en 1493.



Si el gran almirante de las Indias volviera a ver hoy la isla de St. John, comprobaría que apenas ha cambiado en estos más de cinco siglos. Estamos todos de suerte.