jueves, 17 de enero de 2013

Uxmal, Mérida y Chichén-Itzá

Lejanos quedan ya los tiempos en los que visitaba con frecuencia Yucatán y Quintana Roo, cuando Cancún no era más que un incipiente proyecto de blancas arenas y aguas transparentes.
Mi recorrido favorito era, por supuesto el triángulo cuyos vértices son Uxmal, Mérida y Chichén-Itzá. Siempre que podía pasaba, al menos, una noche en cada uno de ellos, pues, en aquella época, pasear en el silencio profundo de la oscuridad entre las viejas ruinas mayas, tras haberlas visitado durante el día, era una de esas experiencias que conmueven el alma y engrandecen el espíritu. Hoy no sé si eso sería igual.
Mérida, la grande y apacible ciudad colonial de Yucatán, también merece una reposada visita, que nos transportará cinco siglos atrás al entrar en su muy antigua catedral de San Ildefonso o en el palacio de los Montejo, conquistadores de la península y fundadores de la ciudad blanca. La Hacienda Misné es un bonito y tranquilo hotel colonial, relativamente próximo al centro histórico, muy recomendable para quienes decidan pasar una o más noches en Mérida.

Pirámide del Adivino (Uxmal)
Desde Mérida se puede acceder con comodidad a los otros dos vértices del triángulo, pero yo siempre recomendaré pasar la noche junto a los restos de la gran civilización maya para experimentar (si es que hoy todavía es posible) las sensaciones a las que antes me refería. En el caso de Uxmal, el lugar perfecto en aquellos años era la Hacienda Uxmal, un lugar extraordinario, con más de cincuenta años de historia. Me extrañaría que no siguiera siendo el mejor sitio para alojarse y disfrutar de los monumentos dedicados a Quetzalcóatl, Chaac o Tláloc.

El conjunto de Uxmal es uno de los tres grandes yacimientos mayas y el más represantivo del llamado estilo Puuc. Muchos de sus impresionantes monumentos son mundialmente conocidos, como la Pirámide del Adivino, el Palacio del Gobernador o la Casa de las Monjas, pero hay mucho más que ver y explorar, como la Casa de las Tortugas, el Juego de Pelota, la Casa de las Palomas, los restos de la Gran Pirámide o la Plataforma de los Jaguares.

Incidents of Travel in Yucatan
Uxmal, cuyo nombre parece significar algo así como tres veces edificada, ya estaba abandonada cuando llegaron los españoles y todo hace suponer que vivió sus años de esplendor en diferentes períodos históricos. El célebre libro de Stephens 'Viaje a Yucatán' (Incidents of Travel in Yucatan), que relata su periplo por la zona en 1841 y 1842, describe, con la inestimable ayuda de las ilustraciones de Fred Catherwood, lo que debió ser una muy apasionante aventura para ambos.


El otro gran centro arqueológico de Yucatán, más conocido y visitado que Uxmal (tal vez por su proximidad a las playas del Caribe) es Chichén-Itzá, la ciudad de Kukulkán, el lugar sagrado de los pozos de los brujos del agua.
Chichén-Itzá, lugar reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, es una de las llamadas Siete Maravillas del Mundo Moderno (nombre poco adecuado, en mi modesta opinión, ya que casi todas son antiguas). 
Si visitar a plena luz del día Chichén-Itzá, el gran conjunto religioso maya con marcadas influencias mexicas, es un placer cultural difícil de superar, pasar allí una noche (liberados de las compactas multitudes de estrafalarios turistas que, supongo, son allí frecuentes en estos poco románticos tiempos) es algo memorable. El hotel Mayaland es el sitio para hacerlo. Este hotel de estilo colonial, construido en 1923 y, literalmente, pegado a las ruinas es un lugar único en el mundo. No conozco otro establecimiento hotelero que se encuentre, como éste, dentro de un recinto arqueológico.
El Castillo, con su misterioso jaguar de jade, es el monumento de referencia en Chichén-Itzá, pero hay muchos otros, como el observatorio astronómico conocido como el Caracol, el Templo de las Mil Columnas y su Chac-Mool o el complejo del Juego de Pelota.

El Castillo
Al norte de la Pirámide de Kukulkán (el Castillo) se encuentra el gran Cenote Sagrado, el enorme pozo ceremonial que, tal vez, dio nombre a Chichén-Itzá y cuya historia sigue envuelta en oscuras leyendas de sacrificios humanos y tesoros sumergidos. A mí me resulta sorprendente que aún no se haya llevado a cabo una profunda y exhaustiva exploración del cenote, tras las primeras búsquedas de Thompson, así como de algunas posteriores que descubrieron muchos objetos ceremoniales y abundantes restos humanos. De los cenotes (hay varios en Chichén-Itzá), así como de muchos otros aspectos de la vida de los mayas, el franciscano fray Diego de Landa escribió en su famoso libro manuscrito 'Relación de las cosas de Yucatán', cuya lectura impresiona por la descripción de las barbaridades cometidas por unos y otros.

Cenote Sagrado
Yo estuve varias veces alojado en Mayaland y tengo especial recuerdo de una de ellas, en la que me tuve que quedar varios días sin contacto con el resto del mundo, al estar averiado el teléfono del hotel (por supuesto, no existían los móviles) y carecer de medio de transporte por haber tenido que dejar averiado mi coche en algún remoto lugar de la selva yucateca. Nunca olvidaré aquellas jornadas, de intensa y solitaria interacción con el universo maya, que tan profunda huella han dejado en mí.

Tulum
Desde aquí será difícil que al viajero no le entre la tentación de seguir hasta la costa del Caribe, lo que dejo al libre albedrío de cada uno, sopesando, eso sí, el riesgo de introducirse en una moderna realidad cuya actual dimensión desconozco premeditadamente, por el temor que me inspira la inevitable comparación por mi parte con aquellas playas inmensas, solitarias y salvajes, sobre las que el Camino Real (que hoy es el Dreams Cancún, lujoso pero lejano a lo que fue) oteaba el horizonte de una costa virgen que se extendía desde Isla Mujeres a Tulum, pasando por las ruinas de San Miguelito y sus iguanas, Cozumel y Xel-ha.
Yo, por si acaso, prefiero recordarlo como el paraíso que fue.

miércoles, 9 de enero de 2013

Mi vida en Toledo

Viví cuatro intensos meses en Toledo. Hace ya mucho de eso, pero allí esta circunstancia es intrascendente porque, si en España hay una ciudad eterna, ésa es Toledo.
En aquellos tiempos la vida era especial. Yo recibía una esperada visita todos los miércoles, siempre a la misma hora, y juntos recorríamos algunos lugares que la historia y la leyenda tiene grabados en la memoria de los siglos.

Mi sitio favorito para contemplar Toledo siempre ha sido la Peña del Moro. Tanto por la inmejorable vista como por la leyenda que la envuelve. Desde allí, unos metros por encima de la ermita de la Virgen del Valle, dominamos el torno del Tajo, la calzada romana, los escasos restos del enorme y desaparecido acueducto, el Puente de Alcántara y el impresionante telón de fondo de una ciudad que se resiste a dejar de ser permanente protagonista del transcurso de los siglos.
Toledo (El Greco)
Bajo la ermita hay un restaurante (llamado, también, La Ermita) que, desaparecido el viejo Chirón (hoy instalado en Valdemoro, tras su paso por Aranjuez), es hoy de lo mejor que hay en Toledo, sin despreciar a su hermano y vecino de la catedral, Los Cuatro Tiempos. Comer allí es una experiencia, colgados sobre las rocas que caen hasta el Tajo, dominando la Casa del Diamantista y la Torre del Hierro, cuya historia podemos recordar visitando el excelente blog de Eduardo Sánchez Butragueño, 'Toledo Olvidado'.
Las fotografías de José María Moreno Santiago son otra magnífica forma de acercarse a la belleza de Toledo, como interesantes son las rutas y visitas que organiza 'Cuéntame Toledo'.

Toledo tiene un enorme pasado romano, edificado sobre el viejo asentamiento carpetano, pero casi todo ese sustancial pedazo de su historia está enterrado o destruido, con la muy notable excepción del circo, prueba irrefutable de la importancia del Toletum de hace dos milenios. Y si Roma fue grande en la Vega Baja, más lo fue la Hispania visigoda, cuya capital allí estuvo establecida hasta la desaparición de su último rey, Don Rodrigo, ante el empuje musulmán del siglo VIII. Es probable que fuera por aquel entonces cuando el fabuloso Tesoro de Guarrazar saliera de Toledo para ser escondido bajo tierra en Guadamur... ¿aparecerá algún día la corona de Suintila?

Una puerta
Tras sus primeros mil años, Toledo volvió a vivir nuevas glorias bajo las tres culturas que ya todos conocemos por sus muchos legados históricos y artísticos. Si Stendhal enfermó de sobredosis de belleza al visitar Florencia, sin duda hubiese agravado su síndrome en Toledo, incapaz de superar el mayor aluvión de arte e historia que pueda concentrase ante un ser humano en una sola ciudad.
Observar el transparente de la catedral cuando los rayos de sol de la mañana penetran por el óculo o linterna abierto en la bóveda produce un efecto solo comparable al de la visita de la más prodigiosa pinacoteca catedralicia del mundo, la que alberga su sacristía, cuyos grecos hacen palidecer de envidia al mismísimo Museo del Prado. Y no son solo grecos, sino que Goya, Rafael, Tiziano, Van Dick, Caravaggio... también tienen cuadros expuestos bajo la impresionante bóveda de Lucas Jordán.

Y si el arte es infinito en Toledo, las leyendas de sus estrechas calles y sus viejos conventos e iglesias conmueven y emocionan a quienes las escuchan.
Zorrilla puso en verso la tradición del Cristo de la Vega, probablemente la más conocida de las muchas leyendas toledanas. Cada vez que leo o escucho 'A buen juez, mejor testigo', no puedo dejar de ver a Diego e Inés encaminándose a la antigua basílica de Santa Leocadia, tal vez saliendo de la protección de la muralla a través de la Puerta del Cambrón...
Varias de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer también nos hablan de Toledo, ¡El beso', 'El Cristo de la Calavera' o 'La rosa de pasión' son algunas de ellas.
Santo Domingo el Real (José María Moreno)

En aquellos días me gustaba pasar despacio junto a la valla de la casa de Bécquer, sobre la que sigue asomando su laurel, y perderme entre las sombras de la noche, descendiendo hasta el borde del río cuando empezaba a bajar la niebla y las estrellas apenas se reflejaban en sus tranquilas aguas.
Fueron solo unos meses, sí, pero unos meses en Toledo pueden ser mucho más que varios siglos en un lugar sin historia. Y en la ciudad del Tajo, cuna de reyes y también de comuneros, la historia y la leyenda... el arte y la poesía se mezclan en el aire, trepando por sus muros de ladrillo y por sus torres mudéjares, aferradas a sus milenarias piedras romanas y visigodas, atrapando al visitante para siempre y susurrándole al oído esos versos de su rima LXX  que Bécquer dedicara a su plaza favorita de Toledo, la de Santo Domingo el Real:

'¡Cuántas veces trazó mi silueta
la luna plateada,
junto a la del ciprés, que de su huerto
se asoma por las tapias!'

martes, 1 de enero de 2013

Marrakech

La primavera siempre parece estar llegando a Marrakech. Es verdad que, a veces, el viajero llega a dudarlo cuando se pierde entre las estrechas calles de su medina, pero cada vez que un patio asoma entre el adobe de sus viejos palacios o si atravesamos su roja muralla y observamos la silueta del poderoso Atlas tras el horizonte de sus huertas de naranjos, allí aparece, de nuevo, la primavera, ya sea en forma de promesa, de recuerdo o de rotunda realidad.

La muralla y el Atlas
Si bien todo Marruecos es extraordinario, Marrakech resume el espíritu de ese gran país en tres grandes trazos, dibujados a lo largo de los siglos.

El primero de ellos lo encontramos en su medina, no tan laberíntica como la de Fez, pero más acogedora. Sus retorcidas callejuelas y sus concurridos zocos nos parecen serpenteantes ríos humanos que desembocan unos en otros, hasta acabar entregando su muy valioso tributo a la gran plaza del mundo: Djemaa el Fna'.

Djamaa el Fna'
La obra maestra del espíritu del hombre, amaneciendo en el alma de la humanidad, el universo concentrado en el corazón de Marruecos, que funde los días con los milenios. Djemaa el Fna', la plaza de la vida... tal vez el mayor espectáculo de África, con permiso de las pirámides y el cráter del Ngorongoro.
El tercer gran trazo es, en realidad, el marco en el que todo queda envuelto. Los inmensos campos que se extienden, feraces, más allá de la silueta de la Koutoubia, esa hermana de la Giralda omnipresente en la retina del visitante.

La Koutoubia
Hay grandes hoteles en Marrakech, pero la ciudad hay que vivirla desde dentro. Ninguno de los lujosos hoteles de la residencial, elegante e impersonal zona que se extiende, rebosante de paz, más allá del perímetro de su muralla medieval, me gusta. Con la excepción, claro está, de La Mamounia, ese gran palacio que ha sabido superar el paso del tiempo.
La alternativa son los múltiples riads que hay en la medina, pequeños palacetes renovados y muy recomendables que nos ofrecen una estancia inmersa en la verdadera atmósfera de la ciudad roja. Casi todos cuentan con bonitos patios con estanque, excelentes y cómodas habitaciones y terrazas con vistas sobre la ciudad. Le Rihani, Chergui y La Terrasse des Oliviers son tres ejemplos, tan buenos como muchos otros.
Zumo de naranja fresco en Djamaa el Fna'

Tampoco faltan restaurantes de todo tipo, desde los más exclusivos y caros, como el lujoso Dar Yacout, hasta los maravillosos, económicos y populares puestos nocturnos de Djemaa el Fna', por los que no se puede dejar de pasar si queremos vivir Marrakech en su auténtica dimensión. Como tampoco debemos regresar sin disfrutar del magnífico zumo de naranja que, en este mismo lugar, se nos ofrece todas las mañanas desde múltiples y coloristas carritos por apenas cuatro dirhams.
Al caer la tarde, es imprescindible ver la puesta de sol desde la terraza del ya decrépito Café de France, dominando Djemaa el Fna' que, a esa hora, empieza a envolverse en un misterioso halo de luces y humo. No es un buen sitio para comer, pero sí para disfrutar de un suave té a la menta con las mejores vistas sobre la plaza.

La Menara
Para los amantes del golf, el complejo de La Palmeraie es un destino muy apetecible, aunque yo siempre he preferido el viejo campo del Royal Golf de Marrakech, con su célebre par tres, conocido como Brigitte Bardot. Nunca olvidaré a su antiguo director, el muy famoso y simpático monsieur Stitou, toda una institución.
El Jardín de la Menara es, sin duda, otra de las visitas necesarias. Las vistas de su gran estanque, con el antiguo pabellón y la nevada cordillera del Atlas al fondo, se quedarán en nuestro interior como una de las imágenes del viaje.

Lo mejor de Marrakech es visitar sus palacios, recorrer las calles de su medina, perderse por sus zocos y soñar con un pasado que nos parece presente... pero también tendremos la oportunidad de hacer excursiones que nunca nos defraudarán, como Ouarzazate, el valle de Ourika, Essaouira o las impresionantes cascadas de Ouzoud.
Es difícil imaginar un viaje tan corto en la distancia (desde España) y tan largo en el alma. Sus gentes son amables y hospitalarias, herederas de una tradición sabia y milenaria, que nos ayuda a recordar que la vida puede ser mejor de lo que parece si nos entregamos a ella con esa sencilla pasión por lo auténtico que respira la eterna Marrakech, una de las tres grandes ciudades reales de nuestro querido y vecino Marruecos.