martes, 11 de febrero de 2014

La isla azul

















He vuelto a esa isla.
A esa isla azul que dicen que es blanca.
He vuelto a esa noche.
A esa noche triste que vive en el alma.

He visto el silencio,
el silencio oscuro de esa mar en calma.
He visto el reflejo,
el reflejo suave de esa luna extraña.

Lo he visto en la tierra,
en la tierra verde de las lomas pardas.
Lo he visto en el cielo,
en un cielo grande de nubes aladas.

Y en esas mañanas, calladas y largas,
un rumor lejano llegaba a la playa:
¿El rumor del viento en la madrugada...
o el de nuestro amor, que flota en la nada?



miércoles, 5 de febrero de 2014

Roma en blanco y negro

Recuerdo perfectamente que, en aquellos años, Roma era una ciudad en blanco y negro.
Es probable que en el pasado, sobre todo en los lejanos tiempos imperiales, hubiese sido tenido un colorido espléndido, pero cuando yo la conocí por primera vez, a mediados de los sesenta, era una ciudad en blanco y negro.

Este hecho no restaba belleza a sus monumentos antiguos, interés a sus calles ni majestuosidad a sus obras de arte, sino que, manteniendo todos sus grandes valores históricos y artísticos, la acercaba al visitante, que se sentía, sin remedio, parte integrante de ella.

Debo reconocer que la Pensione Antares no era un establecimiento de lujo. Más bien, todo lo contrario, incluido el ascensor que subía a base de monedas.

Estaba muy cerca de la Stazione Termini, en el número 8 de la Via del Viminale, justo donde hoy se encuentra el moderno hotel Demetra.
A mí el barrio no me gustaba nada, aunque todos decían (nunca llegaron a convencerme de ello) que era muy céntrico y que desde allí podíamos ir andando a cualquier parte.
Eso sí, como Perico Dellmans era un santo varón, no era muy complicado escaquearse, pese a la severa vigilancia de un D. Fidel preocupado por los periódicos comunistas italianos, con quien yo compartía un sentimiento mutuo de antipatía, que venía de antiguo.

Coliseo
El caso es que, como digo, los monumentos romanos, al igual que casi toda la ciudad, eran entonces en blanco y negro. Solo el Vaticano parecía tener, desde algunas perspectivas, un cierto tono coloreado, similar al de esas antiquísimas postales iluminadas a mano.
En aquel primer viaje a Roma, el aluvión que se nos vino encima, sin remedio, fue monumental (en el sentido más literal de la palabra). Era imposible no sucumbir ante el ataque masivo de más de dos mil años de historia que caían sobre nuestras cabezas, sin demostrar la más mínima compasión por nosotros.
Una avalancha de piedras milenarias en blanco y negro, desprovistas de la piedad que hubiera parecido lógico presumir intramuros de la Ciudad Eterna, nos arrasó, dejando tan solo en pie un par de estatuas de mármol de Miguel Ángel, la enorme cúpula en San Pedro, el Coliseo y unas escalinatas llenas de puestos de flores.

Fontana di Trevi
Al margen de eso, fueron tres imágenes las que se quedaron ya grabadas para siempre en nuestro recuerdo.
Y lo hicieron hasta tal punto que en todas las ocasiones futuras siguieron llamando mi atención, con una fortaleza perenne y magnética a la que yo nunca he sido capaz de resistirme.
Para más adelante archivé en mi recuerdo lugares que serían recurrentes en nuevos viajes, como el Trastévere, las vistas desde los puentes sobre el Tíber con la cúpula del Vaticano al fondo, la plaza Navona y su Fuente de los Ríos, la Bocca della Verità y, claro está, el Castel Sant'Angelo, desde cuyas almenas saltase hacia la eternidad la valerosa Floria Tosca... 

Pero la Roma en blanco y negro tenía una imagen dominante de Fellini, con la Fontana di Trevi al fondo (Via Veneto y su Ambasciatori Palace - reservado por Paquito - también vendrían luego). Esa fuente monumental eclipsaba otras obras de arte más valiosas, hasta el punto de relegar a muchas de ellas a categorías inferiores a las que, en justicia, les correspondían. 
La fuente es, desde hace más de medio siglo, el icono universal de Fellini y, en homenaje a él, por la noche crece el poder de Neptuno, pareciendo cobrar vida en ausencia de los incómodos turistas.

Foro Romano
El Foro Romano también era, entonces, en blanco y negro. Creo que es la única vez que lo he visto así, porque nunca dejo de visitarlo cuando voy a Roma y hay verde entre las ruinas y el cielo se mueve, azul, en los huecos que le hacen las nubes. Pero en los sesenta era en blanco y negro, lo recuerdo muy bien. El color debieron ponerlo después... o lo quitaron por unos años, no lo sé.
El Chorras decía que la ciudad estaba de luto por la muerte de Juan XXIII, una teoría muy poco consistente, como casi todas las de mi compañero de clase, al que no puedo evitar recordar con una gorrilla ladeada y un chaleco que siempre le quedaba corto.
Asombraba que casi todo el mármol original hubiese desaparecido y que fuese necesario hacer un esfuerzo significativo con la imaginación para reconstruir aquel glorioso corazón de la república y el imperio, aunque se nos intentó tranquilizar asegurándonos que una buena parte de esas venerables piedras estaba ahora en el Vaticano y en otros palacios e iglesias de Roma. Aceptamos la explicación, que solo calmó parcialmente nuestra preocupación, al imaginarnos a Julio César atendiendo, poco convencido, a semejantes justificaciones.

Panteón de Agripa
Como tercer gran icono de aquel ya lejano viaje, quedó el Panteón.
El Panteón de Agripa no es solo el monumento antiguo mejor conservado de Roma, sino, probablemente, una de las más extraordinarias obras de arquitectura de toda la historia. Parece que el edificio que ha llegado hasta nuestros días no es el original, sino el construido en tiempos del emperador Adriano, quien no quiso que su nombre apareciera en el monumento, por lo que conserva la inscripción original que sigue atribuyendo el mérito al que levantara Marcus Agrippa en tiempos de Augusto, el primer emperador romano. 
Desde hace muchos siglos es una iglesia católica (Santa María de los Mártires) que ha conservado intactas casi todas sus virtudes arquitectónicas a través del tiempo, algo verdaderamente insólito y por lo que todos debemos felicitarnos.
Hoy, toda la zona que rodea el Panteón es una de las más animadas de Roma, con hoteles y, sobre todo, terrazas y restaurantes atractivos y concurridos.
Una de las mejores opciones para una cena al aire libre en las frecuentes noches templadas de la ciudad (y mucho más interesante que el régimen de pensión completa que teníamos establecido en la vetusta Pensione Rampone).

San Pedro
El largo recorrido por las Catacumbas fue muy especial (dicen que con misa incluida, algo que yo no recuerdo). Tanto, que no he vuelto a repetirlo.
Y, desde luego, también lo fue el dedicado a las cuatro basílicas mayores, que sí son de obligada y reposada visita para cualquier viajero, cada vez que llegue a la capital de Italia.





Hoy, Roma es una ciudad llena de color, a la que he tenido la ocasión de ir con frecuencia gracias, entre otras cosas, a que en ella vivió mi hija durante algún tiempo. Pero en mi primer viaje, se conservaba, aún, heredera de aquella dolce vita felliniana que la colocó en las retinas del mundo bajo una nueva óptica, sofisticada, decadente... y en blanco y negro.