jueves, 29 de mayo de 2014

Entre Kenya y Tanzania (Nick Brandt)

Si hay un fotógrafo comprometido con la exaltación de la grandeza de la fauna del África Oriental, es el británico Nick Brandt.
Su legado, transmitido a través de una trilogía de libros fotográficos con imágenes de los grandes animales de Amboseli, Masai Mara y el Serengeti, descubre la dramática belleza de una vida salvaje que cada vez está más amenazada por la mano del hombre.


On This Earth es el primer volumen de la trilogía, en el que nos presenta, a través de sus impresionantes fotografías en blanco y negro, una visión aún sin adulterar de la naturaleza africana.

El segundo, A Shadow Falls, nos va introduciendo en un mundo que evoluciona desde su esplendor original hacia una situación de riesgo que cada vez se presenta más comprometida.

Across the Ravaged Land, el tercer y último libro de esta magnífica obra, documenta la progresiva desaparición del gran universo natural del este de África y de los propios animales que lo ocupan.




No es este, desde luego, un artículo que precise muchas palabras, más allá de una breve introducción a la obra de este enorme artista contemporáneo (nació en la ciudad de Londres, en 1966), pues no hay mejor explicación de su trabajo que las propias fotografías que le han hecho famoso en todo el mundo, gracias a las muy cuidadas ediciones de sus libros y a las espectaculares exposiciones que, de forma habitual, se van sucediendo en las principales ciudades del mundo.


Brandt es un poeta de la fotografía y, a la vez, un encendido defensor de los valores de una naturaleza animal que adquiere, sin duda, su máxima expresión en el continente africano. 
Su formación artística en cine y pintura se produjo en Saint Martin's School of Art de Londres, una institución ya desaparecida como tal, tras su fusión con la Central School of Art and Design, que siempre ha sido poseedora de una muy merecida reputación en el mundo de la enseñanza de las artes.

Todo el que haya tenido la feliz oportunidad de visitar cualquiera de estos tres grandes parques nacionales (Amboseli, Masai Mara y Serengeti), en los que Nick Brandt ha desarrollado su labor como excepcional testigo del legado que la naturaleza nos ha hecho depositarios, es consciente del valor de su obra, así como de la grandiosidad de una muy especial área de nuestro planeta, cuyo futuro no parece garantizado, en absoluto.
Y quienes no lo conozcan, experimentarán un intenso deseo de llegar a tiempo a las inmensas planicies que se extienden entre Kenya y Tanzania, antes de que la implacable y poco juiciosa codicia del ser humano hayan acabado de destruir el milagroso paraíso que todavía subsiste entre el Índico y el lago Victoria.















































Fotografías de Nick Brandt ©

miércoles, 21 de mayo de 2014

Kew Gardens

Visitar Londres es siempre una tarea intensa que requiere una considerable concentración por parte del viajero, tanto si ha ido a la capital inglesa por motivos de trabajo, como si lo ha hecho por simple turismo.
Palm House pond
Por eso es difícil que saque tiempo para desplazarse a los muy interesantes lugares que se encuentran a poca distancia de la ciudad.
Así, palacios como Windsor o Hampton Court reciben más visitas de los británicos que de los extranjeros, con excepción hecha, supongo, de los japoneses y, hoy en día de los chinos.
Algo parecido ocurre con el magnífico parque botánico conocido con el popular nombre de Kew Gardens que, a pocas millas de Londres, nos ofrece un conjunto espectacular y digno de conocer, a ser posible, con detenimiento.

Los Kew Royal Botanic Gardens ocupan un extenso terreno en Richmond, una bonita localidad situada al sudoeste de Londres, bañada por el Támesis y con grandes áreas rurales, repletas de bosques y parques.

Kew Palace
Los jardines nacieron a mediados del siglo XVIII, gracias al decidido apoyo de la princesa Augusta y al de su hijo, el rey Jorge III. De aquellas lejanas épocas todavía subsisten la famosa pagoda china, con sus ochenta dragones, y el Kew Palace, la antigua Casa Holandesa.
Más moderna (1848) es la impresionante Palm House, probablemente la primera gran estructura victoriana de hierro y cristal, si bien el honor de ser la mayor construcción que hoy se conserva de tiempos de la reina Victoria, realizada con esos materiales, es la gigantesca Temperate House, ahora cerrada para llevar a cabo importantes trabajos de restauración.

Muchos otros edificios, pequeños templos e invernaderos de cristal están repartidos por las ciento veinte hectáreas de Kew Gardens, pero sus grandes tesoros pertenecen al reino vegetal. Todo tipo de plantas, inmensos jardines con especies botánicas de todos los rincones del mundo y un cuidado paisajismo, hacen de la visita una excursión siempre memorable.

The Refreshment Pavilion en una tarjeta postal de 1911
La comunicación con la ciudad de Londres es muy buena, ya que es posible acceder en metro, a través de la District Line, que nos lleva desde el centro tras apenas diez estaciones.

Es un absoluto placer pasear por sus inmensos bosques (Arboretum), recorrer sus múltiples invernaderos y exposiciones, para acabar la jornada reponiéndonos con un té en la bonita Orangery, un elegante y blanco edificio de William Chambers, que fue construido en 1761 y hoy es un atractivo restaurante y salón de té.

Flores brasileñas (Marianne North)
El arte también tiene una especial acogida en Kew Gardens, en particular, a través de la obra de  Marianne North (1830-1890), quien dedicó su vida a la pintura de plantas y flores de todo el mundo, muchas de las cuales (más de ochocientas) están expuestas en la galería que lleva su nombre y que se encuentra dentro del recinto de los jardines. Marianne fue una gran figura de la ilustración botánica, no solo de su época, sino de todas.
Se cuenta que Marianne pidió al entonces director (Sir Joseph Hooker) que se ofreciese café y té a quienes visitasen allí su obra. Ante la negativa obtenida, decidió pintar café sobre una de las puertas y té sobre la otra...

El Támesis es una auténtica belleza a su paso por Richmond, uno de esos pueblos británicos en los que apetece vivir por su relajado ambiente, no exento de esa clase, intangible pero fácil de percibir, heredada de otros tiempos. 
Además, su proximidad con la gran ciudad es otro atractivo del que, sin duda, disfrutan sus afortunados habitantes, utilizando el siempre tan sencillo y eficaz método de pensar que pueden ir a Londres cuando quieran y, en la práctica, no querer hacerlo casi nunca.

Así que no olvidemos en nuestro próximo viaje hacer un esfuerzo por encontrar el tiempo preciso para poder acercarnos a Richmond y sus magníficos e históricos Kew Gardens.
Y si es en un día soleado de primavera tardía (puede que ya esté pidiendo demasiado), tenemos más que garantizada la felicidad. 
Si, para completar la visita a los Royal Botanic Gardens, decidimos quedarnos a dormir una noche en Richmond, esa felicidad se multiplica. En este caso, debemos recomendar The Petersham, en la famosa Richmond Hill. Un hotel clásico que data de 1865 y que goza de insuperables vistas sobre el Támesis y los prados y bosques que lo rodean.

El Támesis en Richmond
Desde allí recordaremos los paisajes inmortalizados por Reynolds y Turner, quienes, como nosotros y muchos artistas, sucumbieron a la singular atmósfera que se respira en aquellas verdes tierras que enmarcan los gloriosos meandros del viejo Támesis, cuyas limpias aguas todavía están a salvo del contacto con los muy poblados barrios de Londres.

lunes, 5 de mayo de 2014

Las torres de San Gimignano

La primera vez que estuve en Toscana no tuve la suerte de conocer San Gimignano. Eso fue en 1965.
San Gimignano
Años más tarde, aprovechando un nuevo viaje a Florencia, no desaproveché la oportunidad de visitar la manhattan medieval de la provincia de Siena, y ver sus trece impresionantes torres que destacan, orgullosas, sobre el verdor del campo toscano.

Desde lejos, el perfil de la ciudad es sorprendente y de una personalidad inconfundible. A medida que te vas acercando, el singular efecto que producen sus rascacielos de piedra se va convirtiendo en una sensación extraña e irreal, que te hace dudar de la veracidad del paisaje que estás contemplando.
Pero San Gimignano es real. Diferente a todo, pero real. Y las catorce torres que ves son pocas, porque en sus tiempos de esplendor, hace siete u ocho siglos, las imponentes torres que se elevaban al cielo, tras sus murallas, eran nada menos que setenta y dos...

Dicen que el origen de la ciudad se remonta nada menos que a la época etrusca, aunque fue en los siglos XIII y XIV cuando alcanza su mayor auge. Al parecer, su ubicación en plena Via Francigena, camino casi obligado para quienes peregrinaban a Roma desde el norte en aquellos tiempos, ayudó a que la economía e importancia estratégica de San Gimignano fuese en aumento. 
Fue, en aquellas doradas épocas, ciudad libre, independiente de Florencia y Siena, y centro religioso artístico de considerable importancia, como atestiguan las numerosas obras de arte que, aún hoy, siguen presentes en esta villa de la Toscana.

Torre Rognosa
En verano (¡cómo no!) las hordas de turistas acuden a San Gimignano cual moscas a un panal abandonado, por lo que resulta mucho más aconsejable viajar (al igual que al resto de Toscana) en primavera. 
En primavera, además, es cuando el campo y las colinas que rodean la vieja ciudad presentan su aspecto más atractivo, con ese verdor intenso y bien dibujado por viñedos y cipreses, tan característicos de esta bellísima región de Italia.

Y si queremos estar casi completamente a salvo de los bárbaros (que ya no son, solo, del norte), lo mejor es quedarse a dormir en San Gimignano. Esto es algo poco frecuente para los circuitos turísticos habituales en nuestros días (esos de "Si hoy es martes, esto es Bélgica"), por lo que nos permitirá disfrutar del indescriptible placer de pasear por sus bonitas plazas y sus estrechas calles bajo la constante vigilancia de sus señoriales torres, pero sin la molesta y ruidosa presencia de esos acelerados visitantes que bajan de su autobús para profanar con sus cómodas sandalias alemanas (combinadas, frecuentemente, con asombrosos calcetines) unas piedras centenarias que merecen mucha más consideración y respeto que una breve parada entre Florencia y Siena o Pisa.

Desde la Torre Grossa
La antigua catedral románica, la Basilica Collegiata di S. Maria Assunta, es, con independencia de su valor arquitectónico, un auténtico museo gracias a sus bellísimos frescos, pero no son menos interesantes las plazas y calles del viejo recinto amurallado ni, desde luego, sus torres. La vista desde su Torre Grossa es un espectáculo que nadie debe perderse.


Para dormir en San Gimignano, el Palazzo Buonaccorsi es una magnífica opción, aunque no la única. El hotel La Cisterna, por ejemplo, tiene un emplazamiento envidiable en un edificio histórico de enorme belleza. 
Y también existen buenas alternativas en la campiña próxima, fuera del recinto amurallado y con bonitas vistas sobre él.

En San Gimignano tiene fama la cerámica (no perderse, por cierto, la reproducción en cerámica de la ciudad medieval que se exhibe en el Museo SanGimignano1300) y es imprescindible visitar su Palazzo Comunale (con su excelente pinacoteca), desde el que se accede a la antes mencionada Torre Grossa.

Junto a la muralla
Tampoco está nada mal, en un terreno algo más prosaico, celebrar la fortuna de haber tenido la oportunidad de conocer un rincón tan especial de la Toscana en la muy premiada Gelateria di Piazza (Dondoli), una de las más reconocidas de toda Italia.
Los pinochos de madera fueron, asimismo, una especialidad de los artesanos locales, si bien se han popularizado tanto que hoy se encuentran ya por todas partes... pero a mí me siguen gustando más los de San Gimignano.
Otro de los productos a destacar es la Vernaccia, un vino blanco y seco, de renombrada fama y con denominación de origen propia, citado por el propio Dante en su "Purgatorio".


Todo es bonito en este lugar extraordinario, por el que un día disputaron güelfos y gibelinos y en el que llegó a residir el ya citado Dante en el año 1300, como embajador de la República Florentina. 
Su muy especial belleza, el arte que atesora y su interesante y dilatada historia fueron motivos sobrados para que, en 1990, la Unesco decidiera incluirla en su privilegiada lista de esos lugares que ya son, por su singularidad, Patrimonio de la Humanidad.

Una merecida distinción que nos recuerda la grandeza de la ciudad toscana de las altas torres, de la que somos testigos quienes hemos tenido el privilegio de visitar, con la calma que su bien ganada fama requiere, la fabulosa manhattan medieval: San Gimignano.