martes, 28 de julio de 2015

Puesta de sol en Ipanema

Iberia me invitó a volar a Río de Janeiro, así que el viaje empezó bien.
Y continuó aún mejor, pues el comandante, que se jubilaba y hacía su último vuelo con la compañía, me ofreció pasar a la hoy ya desaparecida Grand Class, mejorando sensiblemente la siempre incómoda experiencia de pasar tantas horas sobrevolando el Atlántico.

Mi hotel en Río no era el mejor (el mejor, para mi gusto, es el Copacabana Palace), pero estaba situado en una posición estratégica, frente al final de la playa de Copacabana y muy próximo al comienzo de la de Ipanema, lo que me permitió pasear por ambos barrios y visitar las dos playas, teniendo siempre la base de operaciones próxima. Además, las vistas desde las habitaciones y la piscina eran tan buenas como cualquier viajero desea cuando viaja a la vieja capital brasileña.


Fueron días intensos, como no pueden ser de otra manera en Río de Janeiro. Largos paseos, jornadas de playa, excursiones memorables...
Es indiscutible que la ciudad ofrece casi infinitos atractivos al visitante, pero será en otra ocasión cuando hablemos del Pan de Azúcar, del Corcovado, de la bahía de Botafogo o de la famosísima playa de Copacabana, ya que ahora vamos a centrarnos en otro de sus barrios, inmortalizado por la música de Antônio Carlos Jobim y la letra de Vinícius de Moraes: Ipanema. 



Mosaico de la playa de Ipanema
Ipanema es un barrio menos agobiado que otros por el turismo. Una zona de artistas, de intelectuales... en la que, por alguna razón predominan los habitantes de raza blanca. Abundan en sus calles los comercios modernos, los cafés y los restaurantes.

Su playa es abierta, propensa al oleaje, por lo que es una de las favoritas de los amantes del surf, especialmente en la zona rocosa de Arpoador, desde la que se divisan las más bonitas vistas de la bahía, con la silueta recortada de los 'Dos Hermanos' al fondo, que marcan el carácter inconfundible de Ipanema. 
La playa está bordeada por un paseo pavimentado con su característico y personal mosaico blanco y negro, con la misma combinación de colores, pero de diseño muy diferente al célebre de Copacabana.

El barrio que es, en realidad, una no muy ancha banda de terreno entre el océano y la laguna, se ha ido convirtiendo, con el paso de los años, en uno de los más exclusivos de la ciudad, con locales de mucho prestigio y estilo. La propia playa es un centro de reunión, en especial en los alrededores del bien conocido Posto 9 (puesto de vigilancia nº 9).

Restaurantes de moda, como Zazá Bistrô o Market Ipanema, son lugares actuales, frecuentados por gente joven que busca una experiencia que va algo más allá de una simple comida convencional. Pero estos dos son tan solo un ejemplo. Hay muchos y constantemente se incorporan novedades interesantes.

Las rocas de Arpoador
Otro tanto ocurre con los cafés y los bares. Hoy el más famoso es Garota de Ipanema, creado en 1974 en el lugar que acogió al antiguo Bar Veloso, en el que la tradición cuenta que Tom Jobim y Vinícius de Moraes vieron, allá por 1962, a Helô Pinheiro (Heloísa Eneida Menezes Paes Pinto), quien les inspiró una de las canciones que popularizó la bossa nova a nivel mundial. La canción fue titulada, en un principio, 'Menina que passa' y, más tarde, rebautizada como 'Garota de Ipanema', alcanzó su fama internacional.
De las infinitas versiones que se han hecho de ella, me sigue gustando más que otras la cantada por Astrud Gilberto, acompañada por el gran saxofonista de jazz, Stan Getz.

Como he dicho al principio, aquel viaje a Río empezó bien. Terminó algo peor, claro está, pero solo porque marcharse de Río de Janeiro siempre produce tristeza. Entretanto, debo reconocer que uno de los mayores placeres de esa extraordinaria ciudad costera (una de las más bellas del mundo, sin la más mínima duda) es el de acabar la tarde sobre las rocas de Arpoador y contemplar desde allí la puesta de sol, mientras las olas rompen a tus pies contra esa peculiar piedra con aspecto de ballena varada. Algo que hubiese hecho las delicias de Derain, Seurat o Signac, a quienes desde estas líneas mando, con nostalgia, un recuerdo emocionado...
























viernes, 24 de julio de 2015

La ciudad de las violetas

En julio y agosto, lo menos bueno de la Costa Azul es, precisamente, eso: la costa.
Pero basta alejarse unos pocos kilómetros hacia el interior para encontrarnos con lugares asombrosos y solitarios, de extraordinaria belleza y sin apenas visitantes.
Uno de ellos es Tourrettes-sur-Loup, un bonito pueblo medieval, colgado (no es una metáfora) sobre unos espectaculares acantilados, que surgen de esas estribaciones de los Alpes que van cayendo hacia el mediterráneo, entre bosques y densa vegetación de permanente verdor.

Tourrettes-sur-Loup es uno de esos milagros (más frecuentes en las proximidades de la Costa Azul de lo que muchos creen) que se conservan casi intactos en una zona cuya densidad turística es de las más altas de Francia en verano. Dista unos catorce kilómetros de la costa y se llega a ella en unos minutos desde Vence, por una tranquila y poco transitada carretera que me gusta mucho recorrer cada vez que tengo la oportunidad de hacerlo, huyendo del permanente ajetreo de la cercana autopista A8

Una florida calle de Tourrettes
El pueblo, en especial su muy bien conservado casco antiguo, de trazado medieval, se asoma como la proa de un inmenso barco mitológico sobre las olas rocosas de un valle exuberante, que llega a parecer un océano de verdor infinito ante los ojos del visitante.

Pero, siendo Tourrettes una villa de gran belleza, su mayor fama le viene por el hecho de ser el único lugar de Francia en el que el cultivo principal es la violeta, favorecido por una climatología idónea. En febrero y marzo sus campos se tiñen de su color y el aroma de sus particulares flores inunda todos los ambientes de la localidad. Una singular excepción en una Provenza tan dominada por la lavanda y las mimosas.

El cercano valle del río Loup es muy atractivo, y tiene en su célebre garganta, que está en el entorno del vecino pueblo de Gourdon, su más espectacular enclave. Es una excursión que merece la pena hacer si se pasa por esta zona. 
Mucho más interesante, desde luego, que desplazarse hasta Grasse para visitar sus famosas fábricas de perfumes, ya que, sin menospreciar en absoluto a ninguna de las tres grandes y muy bien conocidas empresas dedicadas, desde hace muchos años, a tan aromática actividad (Fragonard, Molinard y Galimard), la ciudad no tiene una estructura urbana especialmente acogedora, por lo que el viajero no se siente atraído por más encantos que los relacionados con el sentido del olfato (que no es poco, claro).

Tourrettes desde el viejo puente del ferrocarril
En Tourrettes hay que pasear, sin prisa, por su parte antigua, disfrutar de sus viejas casas y calles de piedra, beber en sus fuentes y asomarse al balcón natural desde el que se observa el valle, atravesado por el puente del antiguo ferrocarril. Las vistas son magníficas, pero, aún, resultan mucho más impresionantes las contrarias, es decir, las del pueblo desde el puente.
Eso sí, para encontrar el camino es necesario ser conocedor de la zona, ya que (supongo que con toda la intención) no está señalizado.


Le Relais des Coches
Luego, conviene concentrarse en una comida en cualquiera de sus pequeños restaurantes o cafés, entre los que me permito destacar el Clovis (en pleno centro histórico y rodeado de viejas casas, decoradas con flores en sus fachadas) y Le Relais des Coches, situado poco antes de llegar al pueblo y que cuenta con una sencilla y muy recomendable terraza, que goza de impresionantes vistas.
Junto a su entrada, los restos de un antiguo coche de caballos nos recuerda que el local fue lo que, con tanta precisión, indica su nombre.

Al caer la tarde, tras haber sido protagonistas de una excursión de singular belleza, que pocos turistas hacen, regresaremos a Vence, Saint Paul, Cagnes-sur-Mer, Niza o a otros lugares más frecuentados y conocidos, sobre los que hablaremos en futuras ocasiones, ya que sus virtudes lo requieren. 
Pero hoy, tal vez nos quedemos un rato más en la vieja villa de Tourrettes, seducidos por sus especiales encantos e inmersos en su inequívoco y eterno aroma de violetas...